El Raluy sigue tendiendo puentes entre la pista y el mundo digital. En el canal de YouTube de su maestro de ceremonias, Aleix Gómez (RINGMASTR), se publica una entrevista tan divertida como reveladora con Sandro Roque, uno de los cómicos más queridos del elenco actual. El vídeo capta el espíritu del circo clásico: cercanía, ritmo y oficio. Y, sobre todo, ofrece una mirada honesta a las rutinas, los procesos creativos y los dilemas del humor en tiempos cambiantes.
Una conversación con oficio: el humor como artesanía
La entrevista arranca con el tono cómplice que caracteriza a Aleix Gómez, quien presenta a Sandro desde la admiración profesional. A partir de ahí, se despliega una conversación de ritmo ágil en la que el payaso portugués explica cómo se construye un número: a veces remodelando entradas clásicas, otras, destilando chispazos cotidianos que se convierten en gags. El ejemplo del “tutú” —nacido de una música que le pareció cómica— ilustra esa mezcla de intuición, prueba y ajuste que define su proceso.
Roque recuerda sus inicios familiares en Oporto y subraya cómo la pandemia empujó a muchos profesionales a trabajos “normales”, un fenómeno que, según comenta, explica algunas ausencias actuales en la pista. Entre risas, confiesa sus primeras salidas a escena —“oficialmente a los siete años, extraoficialmente a los tres”— dentro de pantomimas de cierre, y cómo la vergüenza infantil convivía con la fascinación de sentir la pista por primera vez.
La conversación aborda también referentes artísticos. Sandro cita con cariño a su abuelo —arquetipo del augusto ibérico/italiano— y menciona nombres que marcaron escuela, desde clowns europeos de gran tradición hasta iconos del cine mudo. El mensaje de fondo es claro: el estilo propio nace de ver, absorber y decantar influencias sin perder la esencia.
Humor, límites y público: un equilibrio vivo
Uno de los bloques más jugosos gira en torno a los límites del humor. Sandro y Aleix coinciden en que la sensibilidad del público ha cambiado: hoy hay más información, más comparación… y, a la vez, más polarización. Eso obliga al cómico a medir gestos y referencias sin perder frescura. Roque lo resume con pragmatismo: “el humor no tiene límites; los límites los pone cada uno”. En paralelo, defienden que el circo no es solo para niños. Hay propuestas pensadas para públicos familiares y otras más adultas, y lo razonable es informarse antes de ir, como se hace con cualquier película o concierto.
Seguridad y técnica: el circo de hoy frente al de ayer
La charla repasa la evolución técnica: protecciones, arneses y materiales han elevado los estándares de seguridad, algo impensable décadas atrás. Artísticamente, Sandro cree que algunos números ultra arriesgados se ven menos, pero han sido sustituidos por proezas novedosas que sorprenden por caminos distintos. La comparación no busca nostalgia, sino contexto: la disciplina cambia, pero la exigencia y la emoción se mantienen.
Rutina en gira, rituales y pequeñas catástrofes
Con humor, Roque desgrana un día de función: revisar utilería, arreglar lo que haga falta y esperar “que la carpa se llene”. No es de rituales, admite, más allá de pequeñas manías de vestuario. También reconoce que, a veces, la improvisación manda: un cambio en el orden del sketch, una señal que llega tarde o un compañero que da la réplica a destiempo. Ese “descuadre” controlado es parte del encanto; el público rara vez lo percibe, y cuando lo nota, suele celebrarlo. Incluso hay lugar para lesiones de oficio (dedos magullados y caídas “estudiadas”), recordatorio de que la comedia, en circo, se escribe con cuerpo.
El futuro del payaso: tradición, mezcla y retorno
A la pregunta “¿un payaso nace o se hace?”, Sandro propone un símil futbolístico: hay talento innato y hay talento trabajado; ambos valen si desembocan en verdad escénica. Sobre el futuro del clown, es optimista: el péndulo cultural oscila y las estéticas regresan con matices. Por eso reivindica la convivencia de estilos —del clown pintado tradicional al personaje más naturalista— e incluso su coexistencia en un mismo espectáculo, como sucedía antaño con varios tríos y un cómico en la misma función.
“Para mí, el circo es vida”
El cierre es emocional. Sandro habla de barro, lluvia, mangueras congeladas… y de aplausos. Acepta que sin paga no hay oficio, pero subraya que la gratitud del público compensa el esfuerzo. Si pudiera volver a empezar, volvería a elegir el circo. Lo define como libertad dentro del rigor: una forma de vida que permite moverse, crear y reencontrarse con espectadores que lo recuerdan quince años después. Es, en suma, la razón de seguir: hacer reír y compartir.
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